Las Navidades son un auténtico infierno cuando las pasas con quien no las quieres pasar. Demasiada comilona y demasiada reunión familiar fingiendo que todo está bien, con la sonrisa postiza cada vez que sales de casa, cuando en realidad lo único que te apetece es quedarte sola en tu sofá llorando, sin tener que aguantar a nadie.
Confieso que el 31 de diciembre de 2016, mientras me comía las uvas en casa de mis exsuegros, pedía como deseo para 2017 que esa fuera mi última Nochevieja como mujer casada.
Tenía claro que mi matrimonio ya estaba acabado y, aunque me veía totalmente incapaz de hacerlo, sabía que el divorcio era la única vía para volver a coger las riendas de mi vida y, por ende, las de mi felicidad.
Tardé un año y medio en dar el paso. Un año y medio de sufrimiento, de dudas y de ver que iban pasando los meses y yo seguía sin avanzar en mi plan. Hasta que el vaso se colmó y decidí hacerlo, aun sin saber cómo.