Te casaste pensando que sería para toda la vida. O puede que tuvieras alguna mínima duda, pero ese era tu mayor deseo.
Querías pensar que sí, que ibais a ser felices y comer perdices para siempre.
Pero llega la vida y te dice que no, que esos eran tus planes, pero que ella tiene otros mejores.
—¿Mejores? Vete a la mierda, Vida, guapa. Esto no es mejor. Esto es una putísima mierda. Yo no me casé para divorciarme. Me casé para formar una familia feliz. Éramos una pareja ideal, ¿recuerdas?
—Pues tú verás, bonita, pero aquí mando yo y te estoy diciendo que esto se acabó, así que piensa en cómo lo vas a gestionar.
Y como ella es tu vida y tú eres tú, no sirve de nada llevarle la contraria porque tiene todas las de ganar y o aceptas lo que te trae y sigues hacia delante o te conviertes en una persona triste y resignada por los siglos de los siglos.
Por eso, la clave ahora es hacerte las preguntas correctas. Venga, va, empiezo yo, que para eso soy coach:
¿Prefieres vivir amargada, llena de culpa y rencor, lamentándote porque esto no es lo que tú habías planificado o prefieres asumir que no puede ser, reconducir la ruta y hacer lo posible por empezar a disfrutar cuanto antes de esta nueva etapa?
¿Prefieres en serio seguir compartiendo tu vida con alguien con quien no eres feliz?
¿Quieres que tus hijos aprendan que es mejor resistir en un matrimonio que está roto, antes que aceptar que se acabó y seguir buscando la felicidad?
¿De verdad les quieres enseñar a esas criaturas que un matrimonio es una relación sin muestras de afecto?
Es difícil de digerir, lo sé, pero una vez que has llegado a ese punto, ya no hay (o no debería haber) vuelta atrás y es necesario trabajar todas esas emociones para poder pasar al club de las «Felizmente divorciadas». 😉
Si estás en ese momento, puedo ayudarte a dar el paso con mucho más optimismo y muchísimo menos drama.
No hay comentarios